9.15.2006

ÁBACO

Toma dos cuentas, las atraviesa, torna su vista a su regazo, toma un trozo de cuero, hace de las cuentas parte de él. Vuelve su vista a la ventana.

Paciente espera tras la línea amarilla a que llegue un nuevo bus calmado y sin expresión alguna en su rostro, ve como ciento sesenta y dos rostros atraviesan antes que él la puerta, aun así, logra su meta y pausadamente sin inmutar su expresión sistemáticamente toma uno de los veintiún asientos al lado de una ventana. Todo un deleite que rayaría en la envidia de las maquinas mas precisas de nuestra época, pausadamente camina en el interior de una estampida de gente, totalmente erguido henchido de orgullo da la espalda a la silla, su cuerpo cae a un ritmo uniforme hasta acomodarse en el asiento, el cual en el momento parecía diseñado especialmente para él, toma su maletín lo pone sobre sus piernas.

Toma dos cuentas, las atraviesa, torna su vista a su regazo, toma un trozo de cuero, hace de las cuentas parte de él. Vuelve su vista a la ventana.

Permanece inmóvil por un instante, parecía uno mas del montón hasta que rompió su mascara y reanudo su proceso, tomo una estola de mil doscientas veinte cuentas la cual acomodo con cariño sobre sus hombros, saca una aguja de una pulgada y media de su maletín y elige un trozo de hilo de entre los treinta y dos que tiene guardados en el bolsillo de su camisa, todos milimétrica y exactamente cortados de 15 centímetros. Hábilmente enhebra la aguja.

Toma dos cuentas, las atraviesa, torna su vista a su regazo, toma un trozo de cuero, hace de las cuentas parte de él. Vuelve su vista a la ventana.

Abre su maletín y toma lo que al parecer eran quinientas mil trescientas veintitrés tiras de cuero, pequeñas tiras de veinticinco centímetros de casi un milímetro de espesor y dos de ancho, peinadas perfectamente y diestramente acomodadas entre el maletín y su abdomen, saca uno de los extremos, de sesenta y tres tiras, de su estricto orden y los hace descansar sobre el maletín.

Toma dos cuentas, las atraviesa, torna su vista a su regazo, toma un trozo de cuero, hace de las cuentas parte de él. Vuelve su vista a la ventana.

Amarilla figura de rostro mutilado y sereno, destacado por un bigote desordenado y facciones prominentes, delgado como el lazo entre la vida y la muerte, manos huesudas, forradas por un centenar de tendones y algunas decenas de venas, terminadas magistralmente por diez largas uñas curtidas por su destreza artesanal.

Toma dos cuentas, las atraviesa, torna su vista a su regazo, toma un trozo de cuero, hace de las cuentas parte de él. Vuelve su vista a la ventana.

Mira tranquilamente por la ventana sin parar su pasmosa ejecución, dos ojos serenos brillantes y pequeños, inmutables casi inmóviles, giran periódicamente para cumplir su función en el proceso y ansiosos pero sin afán, retoman su curiosa pesquisa de las calles de la ciudad sin que nada le llame la atención. Pestañea cuarenta y cuatro veces, se rompe el hilo y elige otro trozo de entre los treinta y un que tiene guardados en el bolsillo de su camisa, esta vez no le fue tan sencillo enhebrar su aguja.

Toma dos cuentas, las atraviesa, torna su vista a su regazo, toma un trozo de cuero, hace de las cuentas parte de él. Vuelve su vista a la ventana.

Un par de mocasines café, una corbata negra de flores rojas anudada a la usanza de los ochenta, una camisa a rayas, un saco azul y un pantalón café, tonos extraídos de los años y plasmados magistralmente por el hermoso día que se abre paso por la ventada. Escuálida figura decorada solemnemente por un maletín de cuero café, impecable, limpio y lustroso, se me antoja decorado por tres generaciones de incansables vendedores puerta a puerta, comprado sin mucho titubeo por un joven mozuelo de veintidós años en la Bogotá de los treinta.

Toma dos cuentas de la estola, de las ya mermadas mil doscientas veinte, las atraviesa con la aguja formando un bucle con el hilo, torna su vista a su regazo, toma uno de los extremos de las tiras de cuero que descansan sobre el maletín volviendo su mirada a la ventana, lo condena y ahorca hábilmente con el hilo el cual hala con extraña firmeza hasta hacer de las cuentas parte de aquella lánguida tira. Cuatro por tira, dos por extremo, esa es la regla.

9.07.2006

Intra-óseo

Hoy me entere que debo dejarte ir, no por tus labios pero no queda más remedio que creer, como ya es costumbre en mi, me paralicé y quede sin habla, no encontré palabras y creo que me resultara difícil encontrarlas, por esto creo que lo mas justo es que te escriba y así no perturbar nuestro silencio.

Hola

Sabes que me es difícil expresar lo que siento, pero seria injusto que en este caso no lo hiciera o por lo menos lo intentara, hemos pasado tantas cosas juntos, estas conmigo desde hace tanto tiempo, haces parte de mi y se que nunca lograre llenar el vacío que dejarás en mi. Como te extrañare.

Recuerdo que de niño, cuando llegaste a mi vida a llenar el espacio que otra había dejado en mi, tu llegada fue lenta y un poco incomoda, pero día a día me fui acostumbrando a tu presencia, te trate tan indiferente mientras tu incondicionalmente estabas detrás de los algodones de azúcar y los chocolates multicolor.

Se me escapa de la memoria como logre herirte de tal manera para dejarte agónica, solo recuerdo lo doloroso que fue para mi recuperarte. Bueno, recuperarte entre comillas, ahora me doy cuenta que algo quedo en ti, algo que fue creciendo con el tiempo y hoy me pone en aprietos.

Algo se rehusaba a creer en lo que ellos me dijeron, me rehúso a perderte, pero es la única forma de no perderlo todo. Me gustaría decirte que va a ser mejor para ti, pero nunca pude mentirte.

Se que con el tiempo solo te recordare cuando mi lengua juguetee en mi boca y no te encuentre, tal vez nadie note mi cambio de inmediato, pero aquellos que comparten mi vida, algún día me preguntaran por ti y lamentaran mi perdida, espero saber que responderles.

Solo me queda decirte lo mucho que te extrañare, me gustaría haber notado la importancia que tenias en mi vida antes de llegar a esta instancia.

Desearía ser bueno para decir adiós, pero nunca lo fui y lamentablemente no lo soy ahora, solo espero que sepas leer entre líneas y no quede impune este sentimiento.

Chao

9.04.2006

Wheat Field with Crows ...

En ocasiones el día no empieza al abrir los ojos.

Caminaba por un sendero desconocido pero amigable como la mirada calida que alguna vez atento contra su corazón emboscándolo en un mar de rostros, amarillo y café, con ese olor que solo puede generar el amor entre el rocío y la tierra desnuda.

Caminaba con la desconfianza del hijo mientras es amamantado por su madre, incauto y desprevenido, talvez extasiado por la combinación de colores, con la cabeza en alto donde siempre acostumbro tenerla.

Caminaba con la mirada perdida en la lejanía donde el campo de trigo no parecía alcanzar su fin, acompañado solamente por el sombrío silencio de su soledad y las murmuraciones cada vez más audibles dentro de su pecho.

Caminaba al ritmo que le indicaban sus recuerdos, al ritmo de las murmuraciones que ya empezaban a impacientarlo, daría todo por aunar la jeringonza de voces, alcanzo a pensar antes de que estas resonaran en su garganta para salir despedidas convergiendo en flacuchas y brillantes aves negras de distintos tamaños y jerarquías.

Caminaba mientras veía como esta plaga devoraba su campestre paraje, gris y café, ahora con ese olor que solo puede generar el resentimiento sazonado por los años y la melancolía. Él nunca pudo reconocerlo, solo sabia que cortaba su respiración y quemaba sus pulmones.

Caminaba hasta que decidió lazar un grito certero a su infancia, con voz melancólica y temblorosa, incomprensible por el temor reinante en sus labios, nunca supe cuales fueron las palabras que salieron de su boca, de lo cual hoy me alegro. Las aves asustadas embistieron contra él atravesando su cuerpo, en su mirada se veía que cada una dolía de manera diferente, solo una no provoco sensación alguna, aquella de dimensiones indescriptibles que partió su pecho en dos y la cual él espero con una compasiva mirada de gratitud.

Ahora no camina, reposa tumbado boca arriba en un entorno conocido y de por mas familiar, blanco y azul, acompañado de una pacifica sonrisa desdibujada por el pánico de no poderse mover nunca mas.